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viernes, 17 de enero de 2014

Poder económico y político del capital financiero

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Nada puede mellar el derecho divino de los banqueros

No te pierdas - Viernes, 17 de Enero de 2014 05:01

jp morgan REUTERS 2

[JPMorgan paga 2.6 mil millones de dólares para resolver las demandas penales y civiles vinculadas con el esquema Ponzi de Bernard Madoff / Reuters]

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Por Philip Stephens

Es hora de admitir la derrota. Los banqueros se han salido con la suya. Ellos han visto desfilar y desaparecer políticos, reguladores y ciudadanos furiosos y han emergido triunfalmente de las ruinas de la gran crisis. Algunos pensaban que el choque de 2008 iba a cambiar las cosas. Qué tontería. Los banqueros todavía están recibiendo millones en bonificaciones mientras le restan importancia a las multas multimillonarias.


Hay países y empresas que han quebrado, líderes políticos que han caído como bolos, y trabajadores en el mundo entero han perdido sus puestos de trabajo. Todos somos mucho más pobres ahora de lo que alguna vez imaginamos. Sin embargo, en Wall Street y en City of London, sigue la misma rutina de siempre. ¿Se ha hecho más seguro el mundo para los embates del capitalismo financiero liberal? En pocas palabras, la respuesta es: No.

Dos noticias recientes me llamaron la atención. Una informó sobre la última multa impuesta a JPMorgan Chase, el gigante bancario de EU, y la otra reveló que los reguladores de los bancos centrales en Basilea habían debilitado las normas que exigían que los bancos comerciales recauden más capital para afrontar riesgos. Lo notable de estos informes es que parecían totalmente inconsecuentes. Grandes bancos rompen las leyes y los reguladores financieros se baten en retirada – ¿Qué tiene eso de nuevo?

Tomemos la gran multa de JPMorgan. La institución dirigida por Jamie Dimon está pagando 2.6 mil millones de dólares para resolver las demandas penales y civiles vinculadas con el esquema Ponzi de Bernard Madoff. La multa generó a duras penas un murmullo. Nadie en una posición de autoridad tuvo la desfachatez suficientemente como para sugerir que Dimon, otrora el icono de la rectitud bancaria, debería reconsiderar su cargo.

La multa, después de todo, fue la última de una larga lista. Los bancos estadounidenses y europeos han tenido que confesar los crímenes y delitos que van desde el lavado de dinero y la fijación del tipo de interés hasta estafar a los clientes y negociar de forma imprudente. Es triste decirlo, pero la indignación pública y la sensibilidad política han sido neutralizadas por la familiaridad.


¿Qué significa otro par de miles de millones de dólares para una institución como JPMorgan, que ha desembolsado multas de hasta 20 mil millones de dólares? En ninguna otra línea de negocios podría un presidente ejecutivo sobrevivir tanta y tan costosa infamia. Los banqueros han hecho de sí mismos una excepción. Las multas hacen sólo una pequeña mella en las vastas rentas que extraen de los sectores productivos de la economía. Incluso pueden deducirse de los impuestos.

Con la decisión de Basilea, los legisladores permitieron que los grandes bancos de inversión se salieran con la suya al facilitar nuevos requisitos con respecto a los porcentajes de apalancamiento, lo que limita las cantidades que tienen que recaudar en capital nuevo para protegerse de cualquier consecuencia de sus operaciones tipo casino. Estas concesiones representan otro éxito para la afinada operación de relaciones públicas de la industria. A veces pareciera que los bancos eran las víctimas y no los villanos de la crisis.


Ésta ha sido la historia desde el año 2008. Es cierto que las leyes han cambiado y se han endurecido las regulaciones para frenar los juegos de azar más atroces. Los requerimientos de capital se han levantado un poco, bajando ligeramente el riesgo de seguro de los gobiernos y reduciendo en la misma pequeña proporción los subsidios implícitos de los contribuyentes que pagan los bonos de los banqueros. La legislación Dodd-Frank ha incrementado las obligaciones de cumplimiento en Wall Street.

Aunque son positivos, estos son cambios marginales. La estructura básica del sistema – con sus incentivos perversos, instituciones demasiado grandes para quebrar y ejecutivos demasiado poderosos para ser encarcelados – se mantiene intacta. Los bancos universales, los cuales combinan la banca comercial con las operaciones de alto riesgo, siguen adelante. El resultado es que el propósito fundamental de las actividades bancarias –proporcionar la lubricación esencial para la economía real– sigue enredada con la especulación peligrosa y socialmente inútil.

Los contribuyentes todavía continúan proporcionando grandes subvenciones en forma de garantías que, perversamente, alientan a los bancos a tomar más riesgos. En ausencia de una competencia real, un oligopolio autosostenible de banqueros sénior continúa estableciendo sus propias recompensas. Los bancos se quejan de que hay más reglas que cumplir, pero lo que hemos visto es una serie de “retoques” en lugar de la radical reorganización necesaria para hacer de éste un sistema seguro. Esto es lo que Paul Volcker, ex presidente de la Reserva Federal de EU, ha llamado la “asignatura pendiente” de la reforma.


Entonces, ¿Qué representa esta rendición palpable al derecho divino de los banqueros? Tres razones vienen a la mente. La primera, prosaicamente, se deriva de las funciones vitales de los bancos en cualquier economía de mercado. Una vez que rescataron al sistema financiero del colapso, los políticos volvieron su atención a la economía real. Al vérselas con recesiones profundas y crecientes déficit fiscales, estaban reacios a arriesgar una nueva desestabilización del sistema financiero. En lugar de ello, decidieron continuar con el status quo y aplicar curitas.


En segundo lugar, las reformas son obra esencialmente de personas con acceso privilegiado, los banqueros centrales y los reguladores que dijeron que el sistema estaba saludable justo antes de la crisis. Prefirieron apuntalar un poco el sistema que reconocer que la estructura básica estaba esencialmente podrida.


Por último, los bancos ahora han superado a los políticos y a los reguladores en un juego de “blofeo” de altas proporciones. Cada demanda de más capital o controles más estrictos ha sido recibida con amenazas no muy sutiles de estrangular el flujo de crédito a las empresas. Los políticos se echaron para atrás.

Los bancos no fueron los únicos responsables de la crisis. Hubieron otros factores como los enormes desequilibrios en la economía mundial. Los reguladores estaban dormidos.

Sin embargo, es realmente extraordinario que el mandato de los banqueros ha continuado sin interrupción. Al igual que los monarcas de antaño, han aceptado algunas restricciones, pero éstas pueden desgastarse con el tiempo. Su poder y riquezas siguen mayormente intactos. ¿Qué pasó, a veces me pregunto, con la guillotina de Robespierre?