Más pierde el pobre
Leonardo García Tsao
Si alguien busca entender el porqué y cómo de la reciente recesión económica, hay un par de documentales estadunidenses que se dan a la tarea de explicar lo sucedido en términos didácticos. Uno, el más populista y facilón, es Capitalism: A Love Story (2009), la más reciente provocación de Michael Moore (aún no exhibida en nuestro país, hasta donde sé); el otro, Dinero sucio, que es como se tituló en México, Inside Job, el premiado documental de Charles Ferguson.
Inside Job es el término utilizado para describir un robo planeado desde adentro; digamos un asalto bancario perpetrado por sus propios ejecutivos. Eso es exactamente lo sucedido con la economía mundial en los recientes 30 años. Cumpliendo el lema de Gordon Gekko en cuanto a que "la avaricia es buena", desde los años 80 se desató una ola de especulaciones, espejismos financieros, inversiones fantasmas y demás fraudes. Ferguson se esmera en explicar en orden cronológico cómo se fue gestando esa epidemia que acabó por arruinar la economía del mundo entero. (La película se inicia poniendo el ejemplo de cómo un país tan pequeño y otrora próspero como Islandia, cayó también en la trampa de la desregulación de los procesos financieros.)
Si Moore se va por el lado de ejemplificar la quiebra con peras y manzanas, Ferguson prefiere los datos concretos. Y qué cantidad de datos. No es necesario poseer un doctorado en economía para entender Dinero sucio, pero ayudaría bastante. A través de un alud de cifras, gráficas, siglas, extractos de noticieros, términos en busca de un glosario y, sobre todo, entrevistas con criminales, testigos y víctimas, el cineasta expone cómo una política de laissez faire, alentada sobre todo por la pasada administración Bush, favoreció el mayor enriquecimiento de los ricos, la depauperación de la clase media y el desempleo de millones de personas, sin que los culpables pagaran las consecuencias. Por lo contrario, hasta salieron bonificados.
Ferguson adopta la misma estructura de su primer trabajo, el sobresaliente documental No End in Sight (2007), dedicado a exponer la incompetencia administrativa y la motivación económica por las cuales la guerra de Irak no tiene, hasta la fecha, para cuándo finalizar. Igualmente, la película se divide en varios capítulos con un título descriptivo y anuncia en varios letreros quiénes de los principales implicados se negaron a ser entrevistados. Hicieron bien. Quienes sí se atrevieron se pusieron en la mira de un incisivo cuestionador, que expone sin miramientos sus contradicciones y mentiras. Buena parte de la rabia del cineasta se reserva para los académicos, los prestigiados profesores de universidades como Columbia y Harvard, que aprovechan su estatus para contratarse como consejeros, dispuestos a ser sobornados por los grandes consorcios para servir sus fines.
Para el versado en estos asuntos Dinero sucio no ofrece revelaciones nuevas salvo, quizás, en el terreno personal. Una curioso aparte del documental entrevista a una madrota de Wall Street y a un sicoanalista para determinar el perfil sicológico del especulador, adicto igualmente a las putas y las drogas. (Es más, se revela en una resonancia magnética cómo las mismas partes del cerebro se excitan igual con el dinero que con la cocaína.)
Ferguson trata de ser un poco optimista al final. Pero sus propios datos lo desmienten. Las promesas de Barack Obama en campaña, en cuanto a que se deslindarían responsabilidades de la crisis, se vieron frustradas en el momento en que le dio puestos en su gabinete económico a varios de los mismos perpetradores. Ferguson no necesita recurrir a la payasada como Moore para convencernos de que alguien debería convertir a esos criminales de cuello blanco en pájaros de cuenta.
Dinero sucio
(Inside Job)
D:Charles Ferguson/ G: Charles Ferguson, Chad Beck, Adam Bolt/ F. en C: Svetlana Cvetko, Kalyanee Mam, / M: Alex Heffes/ Ed: Chad Beck, Adam Bolt/ Narrado por: Matt Damon/ P: Representational Pictures, Screen Pass Pictures. EU, 2010.
lgtsao@hotmail.com - http://twitter.com/@walyder
viernes, 29 de abril de 2011
miércoles, 27 de abril de 2011
la hegemonia del dólar
¿Cuándo perderá el dólar su valor hegemónico?
Alejandro Nadal
La crisis global ha puesto en entredicho el orden económico que prevaleció desde la Segunda Guerra Mundial. Hoy es evidente que el papel hegemónico del dólar estadunidense no es sostenible. Por sus implicaciones sobre la estabilidad de los tipos de cambio y de los mercados financieros, éste es uno de los aspectos más importantes de las transformaciones que sufrirá la economía mundial en los próximos años.
El dólar sigue siendo la moneda preferida para mantener reservas internacionales, pero su importancia ha ido declinando. Según el Banco de Pagos Internacionales, entre 2001 y 2007 las reservas oficiales de divisas que los bancos centrales del mundo mantuvieron en dólares pasaron de 71.5 a 64.1 por ciento. Para 2010 ese porcentaje era de 61.3 por ciento. Es decir, la mayor parte de esa reducción se produjo antes de la crisis y estuvo ligada a la emergencia del euro y otras monedas como candidatos fuertes a competir con el dólar.
Entre 2001 y 2007 el porcentaje de transacciones de divisas en las que participó el dólar pasó de 90 a 85.6 por ciento. Es decir, antes de que estallara la crisis global el dólar perdió algo de importancia en las transacciones en divisas. En contraste, entre 2007 y 2010 la participación del dólar en esas transacciones disminuyó apenas medio punto porcentual. Es decir, aunque a la baja, en el mercado mundial de divisas el dólar mantiene su hegemonía.
Es cierto que la debacle económica también afectó al euro. Pero si la unión monetaria es capaz de superar el temporal, en unos pocos años la moneda común europea podría consolidarse, recuperar su valor y, sobre todo, su credibilidad. Ciertamente su sistema financiero está en condiciones de satisfacer la demanda de liquidez de la economía mundial. Por supuesto, todo esto requiere que efectivamente la Unión Europea pueda llevar a cabo las transformaciones estructurales que se necesitan en el plano de la política macroeconómica.
Algunas proyecciones del Fondo Monetario Internacional indican que en 2016 Estados Unidos dejará de ser la economía más grande del mundo y será superada por la de la República Popular China. En términos de la paridad de poder de compra la economía china pasará de 11.2 a 19 billones (castellanos) de dólares entre 2011 y 2016, mientras la estadunidense pasará de 15.2 a 18.8 billones en el mismo periodo.
Muchos piensan que, en ese caso, el renminbi podría convertirse en la nueva moneda de reserva internacional. No necesariamente. El tamaño de una economía es siempre objeto de debate. La paridad de poder de compra no es el mejor indicador porque los precios de los bienes no comerciables pueden distorsionar la medida. Para jerarquizar por tamaños a las economías del mundo, es preferible utilizar el PIB a precios corrientes. Claro, aquí también juega un papel importante el tipo de cambio utilizado. Pero en el caso de las economías de China y Estados Unidos, casi con cualquier paridad plausible la segunda seguirá siendo la más grande del mundo en 2016.
Aún cuando la economía china se convierta en la más grande del mundo, eso no es suficiente para que su moneda sea la divisa de referencia internacional. Para ello se requiere que existan los mecanismos que permitan tener acceso al renminbi en cantidades suficientes para satisfacer las necesidades de liquidez de la economía mundial. Una posibilidad sería que China mantuviera de manera sistemática un déficit en su cuenta corriente, por ejemplo, aumentando el consumo. Eso se ve difícil: hoy el consumo agregado en China ronda el 35 por ciento del PIB, lo que quiere decir que falta mucho para que esa variable pueda contribuir a mantener un déficit en cuenta corriente. Parece que el superávit chino seguirá siendo parte integral del paisaje económico internacional por varios años.
Otra posibilidad es que China termine por abrir completamente sus mercados financieros para que cualquier extranjero pueda adquirir títulos denominados en renminbi en cantidades importantes. Pero para ello será necesario un paquete de reformas en el sistema bancario y no bancario que hoy por hoy la administración en Beijing se resiste a impulsar.
Para Estados Unidos, la pérdida del poder del dólar es un proceso contradictorio. Poder financiar su déficit en cuenta corriente con su propia moneda le otorga una prerrogativa extraordinaria. Pero si ese país deja esa cómoda posición tendría que crecer más, generar más empleo y mantener su nivel de endeudamiento bajo control. Eso no le vendría mal (y a sus vecinos, como México, tampoco). Es cierto que el centro de poder financiero en Estados Unidos no está dispuesto a perder sus privilegios tan fácilmente. Pero llegará el día en que nadie le pida su opinión para diversificar las divisas en las que mantiene sus reservas.
La reforma del sistema monetario mundial no será un proceso fácil. Pero por lo menos queda claro que la idea de mantener una moneda mundial que descanse sobre el déficit astronómico de Estados Unidos no es la mejor opción.
http://nadal.com.mx
Alejandro Nadal
La crisis global ha puesto en entredicho el orden económico que prevaleció desde la Segunda Guerra Mundial. Hoy es evidente que el papel hegemónico del dólar estadunidense no es sostenible. Por sus implicaciones sobre la estabilidad de los tipos de cambio y de los mercados financieros, éste es uno de los aspectos más importantes de las transformaciones que sufrirá la economía mundial en los próximos años.
El dólar sigue siendo la moneda preferida para mantener reservas internacionales, pero su importancia ha ido declinando. Según el Banco de Pagos Internacionales, entre 2001 y 2007 las reservas oficiales de divisas que los bancos centrales del mundo mantuvieron en dólares pasaron de 71.5 a 64.1 por ciento. Para 2010 ese porcentaje era de 61.3 por ciento. Es decir, la mayor parte de esa reducción se produjo antes de la crisis y estuvo ligada a la emergencia del euro y otras monedas como candidatos fuertes a competir con el dólar.
Entre 2001 y 2007 el porcentaje de transacciones de divisas en las que participó el dólar pasó de 90 a 85.6 por ciento. Es decir, antes de que estallara la crisis global el dólar perdió algo de importancia en las transacciones en divisas. En contraste, entre 2007 y 2010 la participación del dólar en esas transacciones disminuyó apenas medio punto porcentual. Es decir, aunque a la baja, en el mercado mundial de divisas el dólar mantiene su hegemonía.
Es cierto que la debacle económica también afectó al euro. Pero si la unión monetaria es capaz de superar el temporal, en unos pocos años la moneda común europea podría consolidarse, recuperar su valor y, sobre todo, su credibilidad. Ciertamente su sistema financiero está en condiciones de satisfacer la demanda de liquidez de la economía mundial. Por supuesto, todo esto requiere que efectivamente la Unión Europea pueda llevar a cabo las transformaciones estructurales que se necesitan en el plano de la política macroeconómica.
Algunas proyecciones del Fondo Monetario Internacional indican que en 2016 Estados Unidos dejará de ser la economía más grande del mundo y será superada por la de la República Popular China. En términos de la paridad de poder de compra la economía china pasará de 11.2 a 19 billones (castellanos) de dólares entre 2011 y 2016, mientras la estadunidense pasará de 15.2 a 18.8 billones en el mismo periodo.
Muchos piensan que, en ese caso, el renminbi podría convertirse en la nueva moneda de reserva internacional. No necesariamente. El tamaño de una economía es siempre objeto de debate. La paridad de poder de compra no es el mejor indicador porque los precios de los bienes no comerciables pueden distorsionar la medida. Para jerarquizar por tamaños a las economías del mundo, es preferible utilizar el PIB a precios corrientes. Claro, aquí también juega un papel importante el tipo de cambio utilizado. Pero en el caso de las economías de China y Estados Unidos, casi con cualquier paridad plausible la segunda seguirá siendo la más grande del mundo en 2016.
Aún cuando la economía china se convierta en la más grande del mundo, eso no es suficiente para que su moneda sea la divisa de referencia internacional. Para ello se requiere que existan los mecanismos que permitan tener acceso al renminbi en cantidades suficientes para satisfacer las necesidades de liquidez de la economía mundial. Una posibilidad sería que China mantuviera de manera sistemática un déficit en su cuenta corriente, por ejemplo, aumentando el consumo. Eso se ve difícil: hoy el consumo agregado en China ronda el 35 por ciento del PIB, lo que quiere decir que falta mucho para que esa variable pueda contribuir a mantener un déficit en cuenta corriente. Parece que el superávit chino seguirá siendo parte integral del paisaje económico internacional por varios años.
Otra posibilidad es que China termine por abrir completamente sus mercados financieros para que cualquier extranjero pueda adquirir títulos denominados en renminbi en cantidades importantes. Pero para ello será necesario un paquete de reformas en el sistema bancario y no bancario que hoy por hoy la administración en Beijing se resiste a impulsar.
Para Estados Unidos, la pérdida del poder del dólar es un proceso contradictorio. Poder financiar su déficit en cuenta corriente con su propia moneda le otorga una prerrogativa extraordinaria. Pero si ese país deja esa cómoda posición tendría que crecer más, generar más empleo y mantener su nivel de endeudamiento bajo control. Eso no le vendría mal (y a sus vecinos, como México, tampoco). Es cierto que el centro de poder financiero en Estados Unidos no está dispuesto a perder sus privilegios tan fácilmente. Pero llegará el día en que nadie le pida su opinión para diversificar las divisas en las que mantiene sus reservas.
La reforma del sistema monetario mundial no será un proceso fácil. Pero por lo menos queda claro que la idea de mantener una moneda mundial que descanse sobre el déficit astronómico de Estados Unidos no es la mejor opción.
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miércoles, 20 de abril de 2011
Información y sistema financiero
Standard & Poor’s: la ofensiva del capital financiero
Alejandro Nadal
Sucedió lo que se pensó nunca ocurriría: la calificadora Standard & Poor’s (S&P) modificó su perspectiva de estable a negativa sobre los títulos de deuda estadunidense. La agencia mantuvo la calificación triple A para los bonos relacionados con esa deuda, pero técnicamente su nueva postura anuncia que hay 30 por ciento de probabilidad de que en los próximos dos años Estados Unidos pierda su calificación triple A. La explicación de S&P hace referencia a la deuda galopante en Estados Unidos y a la idea de que no parece que Washington esté tomando las providencias necesarias para enfrentar este problema.
Standard & Poor’s es una de las agencias calificadoras más importantes de Wall Street. Su trabajo es evaluar las bondades y riesgos de títulos de deuda soberana, crédito de empresas y vehículos de inversión estructurada. Su papel en la crisis financiera global fue nefasto: mantuvo calificaciones altísimas para títulos chatarra y contribuyó a que miles de inversionistas en el mundo entero perdieran sumas astronómicas. Su complicidad con compañías como Goldman Sachs, que hoy vuelve a estar en el banquillo de los acusados por fraude, ha sido señalada como una de las principales causas para diseminar activos tóxicos por todo el mundo.
S&P sabe muy bien que Estados Unidos es el emisor de la principal moneda de reserva en el mundo y que el riesgo de que no pague su deuda es rigurosamente cero (mientras tenga con qué imprimir dólares, pagará siempre su deuda, aunque sea en términos nominales). Pero con su desplante de hoy S&P busca influir sobre las políticas fiscal y monetaria en Estados Unidos. En particular, S&P apoya las posiciones extremistas que en el Congreso insisten en mantener una postura "responsable" frente al problema del déficit fiscal. Además S&P pretende modificar la postura de la Reserva federal consistente en comprar todos los bonos del Tesoro que le pongan enfrente (la llamada postura de flexibilidad cuantitativa).
La referencia de S&P al déficit fiscal es absurda. Hoy la discusión sobre el déficit fiscal en Estados Unidos está dominada por una perspectiva conservadora y se están sacrificando cientos de programas sociales. Se han mantenido las reducciones de impuestos a los más ricos y el gasto militar sólo sufrió reducciones modestas.
El rubro salud es el que más contribuye al déficit fiscal por la enorme ineficiencia del sistema de salud en Estados Unidos. Sin embargo, las perspectivas de alcanzar reducciones en este terreno se mantienen remotas. El gobierno de ese país paga alrededor de la mitad del gasto total en salud a través de sus programas Medicare y Medicaid, pero los servicios son prestados casi en su totalidad por el sector privado. Eso quiere decir que el rubro que más contribuye al déficit público es el de los altísimos costos de los servicios de salud que presta ¡el sector privado! Y esa situación se va a mantener mientras la industria farmacéutica y las aseguradoras mantengan secuestrada la política sobre salud de Estados Unidos.
La nueva postura de S&P también está orientada a cambiar los términos de la política monetaria. Aquí vale la pena recordar un acontecimiento de gran importancia. En febrero pasado PIMCO, el más grande fondo de inversiones en el mundo, anunció que reduciría drásticamente su exposición a los bonos del gobierno estadunidense. La razón esgrimida por PIMCO fue que los rendimientos de esos títulos no estaban a la par de los riesgos reales que enfrentaban los inversionistas. PIMCO anunció que la política monetaria de la Reserva federal era "un robo" para los tenedores de bonos de largo plazo porque la rentabilidad de esos títulos era artificialmente baja y las alternativas en valores de renta fija de muchos países emergentes eran superiores. En marzo PIMCO comenzó a salirse de los bonos del Tesoro y a incrementar sus posiciones en bonos de Alemania, Canadá y hasta de Brasil.
PIMCO tiene un gran poder para influir sobre las tasas de interés en Estados Unidos y el rendimiento de los bonos del Tesoro. Su cartera de inversión rebasa los 250 mil millones de dólares y su capacidad de convocatoria sobre otros fondos de inversión es considerable. Así que nadie debería subestimar los efectos de sus desplantes. En el fondo, de lo que se trata es de influir sobre los rendimientos y las tasas de interés en Estados Unidos.
Claro, a Standard & Poor’s y a PIMCO les importa un pepino lo que eso puede significar para la economía real en ese país. Hoy la recuperación de la economía estadunidense está lejos de haberse consolidado. El crecimiento es frágil y el desempleo sigue alcanzando niveles inaceptables (alrededor de 25 millones de personas están en desempleo o han abandonado la búsqueda de empleo). Los efectos de la política macroeconómica se dejarán sentir en los próximos meses. Standard & Poor’s simplemente busca clavar el último clavo sobre el ataúd de la política monetaria expansiva. El capital financiero sigue dictando las directrices de la política macroeconómica.
http://nadal.com.mx
Alejandro Nadal
Sucedió lo que se pensó nunca ocurriría: la calificadora Standard & Poor’s (S&P) modificó su perspectiva de estable a negativa sobre los títulos de deuda estadunidense. La agencia mantuvo la calificación triple A para los bonos relacionados con esa deuda, pero técnicamente su nueva postura anuncia que hay 30 por ciento de probabilidad de que en los próximos dos años Estados Unidos pierda su calificación triple A. La explicación de S&P hace referencia a la deuda galopante en Estados Unidos y a la idea de que no parece que Washington esté tomando las providencias necesarias para enfrentar este problema.
Standard & Poor’s es una de las agencias calificadoras más importantes de Wall Street. Su trabajo es evaluar las bondades y riesgos de títulos de deuda soberana, crédito de empresas y vehículos de inversión estructurada. Su papel en la crisis financiera global fue nefasto: mantuvo calificaciones altísimas para títulos chatarra y contribuyó a que miles de inversionistas en el mundo entero perdieran sumas astronómicas. Su complicidad con compañías como Goldman Sachs, que hoy vuelve a estar en el banquillo de los acusados por fraude, ha sido señalada como una de las principales causas para diseminar activos tóxicos por todo el mundo.
S&P sabe muy bien que Estados Unidos es el emisor de la principal moneda de reserva en el mundo y que el riesgo de que no pague su deuda es rigurosamente cero (mientras tenga con qué imprimir dólares, pagará siempre su deuda, aunque sea en términos nominales). Pero con su desplante de hoy S&P busca influir sobre las políticas fiscal y monetaria en Estados Unidos. En particular, S&P apoya las posiciones extremistas que en el Congreso insisten en mantener una postura "responsable" frente al problema del déficit fiscal. Además S&P pretende modificar la postura de la Reserva federal consistente en comprar todos los bonos del Tesoro que le pongan enfrente (la llamada postura de flexibilidad cuantitativa).
La referencia de S&P al déficit fiscal es absurda. Hoy la discusión sobre el déficit fiscal en Estados Unidos está dominada por una perspectiva conservadora y se están sacrificando cientos de programas sociales. Se han mantenido las reducciones de impuestos a los más ricos y el gasto militar sólo sufrió reducciones modestas.
El rubro salud es el que más contribuye al déficit fiscal por la enorme ineficiencia del sistema de salud en Estados Unidos. Sin embargo, las perspectivas de alcanzar reducciones en este terreno se mantienen remotas. El gobierno de ese país paga alrededor de la mitad del gasto total en salud a través de sus programas Medicare y Medicaid, pero los servicios son prestados casi en su totalidad por el sector privado. Eso quiere decir que el rubro que más contribuye al déficit público es el de los altísimos costos de los servicios de salud que presta ¡el sector privado! Y esa situación se va a mantener mientras la industria farmacéutica y las aseguradoras mantengan secuestrada la política sobre salud de Estados Unidos.
La nueva postura de S&P también está orientada a cambiar los términos de la política monetaria. Aquí vale la pena recordar un acontecimiento de gran importancia. En febrero pasado PIMCO, el más grande fondo de inversiones en el mundo, anunció que reduciría drásticamente su exposición a los bonos del gobierno estadunidense. La razón esgrimida por PIMCO fue que los rendimientos de esos títulos no estaban a la par de los riesgos reales que enfrentaban los inversionistas. PIMCO anunció que la política monetaria de la Reserva federal era "un robo" para los tenedores de bonos de largo plazo porque la rentabilidad de esos títulos era artificialmente baja y las alternativas en valores de renta fija de muchos países emergentes eran superiores. En marzo PIMCO comenzó a salirse de los bonos del Tesoro y a incrementar sus posiciones en bonos de Alemania, Canadá y hasta de Brasil.
PIMCO tiene un gran poder para influir sobre las tasas de interés en Estados Unidos y el rendimiento de los bonos del Tesoro. Su cartera de inversión rebasa los 250 mil millones de dólares y su capacidad de convocatoria sobre otros fondos de inversión es considerable. Así que nadie debería subestimar los efectos de sus desplantes. En el fondo, de lo que se trata es de influir sobre los rendimientos y las tasas de interés en Estados Unidos.
Claro, a Standard & Poor’s y a PIMCO les importa un pepino lo que eso puede significar para la economía real en ese país. Hoy la recuperación de la economía estadunidense está lejos de haberse consolidado. El crecimiento es frágil y el desempleo sigue alcanzando niveles inaceptables (alrededor de 25 millones de personas están en desempleo o han abandonado la búsqueda de empleo). Los efectos de la política macroeconómica se dejarán sentir en los próximos meses. Standard & Poor’s simplemente busca clavar el último clavo sobre el ataúd de la política monetaria expansiva. El capital financiero sigue dictando las directrices de la política macroeconómica.
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martes, 19 de abril de 2011
La "superficie" y los cisnes negros
José Blanco
He estado utilizando los opuestos superficie y abisal o fondo de la crisis, para referirme a los hechos devastadores de la crisis que están a la vista, y a los análisis estructurales de largo plazo que saben mirar al topo escarbar debajo de la superficie, más allá de las voluntades de los actores económicos incluidos los buitres financieros que se han enriquecido aún más en medio del desastre, respectivamente.
Recojo una última cita de Strauss-Kahn (director-gerente del FMI), que permite ver claramente su percepción sobre el nivel de descalabro en que hoy se encuentra la economía mundial: “La economía se encuentra desequilibrada entre países y al interior de los países… Hay mucha incertidumbre y también hay numerosos cisnes negros nadando en el lago de la economía global. En general, la situación económica mundial es muy frágil y desigual, acosada por una gran incertidumbre”.
En las primeras semanas de este año fue publicado el libro The Globalization Paradox. Democracy and the future of the world economy, del brillante economista turco formado en Harvard, Dani Rodrik. En un ejercicio de imaginación monta la escena de 1944-1945, cuando en la ciudad de Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos e Inglaterra, y algunos invitados, crearon las instituciones que regirían el funcionamiento de la economía mundial: el FMI, y el Banco Mundial, con el dólar estadunidense como medio de pago internacional.
Rodrik propone siete "principios lógicos" para la gobernanza de hoy de la economía-mundo, de los que aquí me limito a enunciar casi sólo sus títulos: 1) Los mercados deben estar profundamente incorporados a los sistemas de gobernanza. La idea de que los mercados se autorregulan recibió un golpe mortal en la reciente crisis financiera y se la debería enterrar de una vez por todas. Los mercados requieren que otras instituciones sociales los respalden. Se basan en tribunales, marcos legales y reguladores para establecer e implementar reglas; 2) Para el futuro previsible, la gobernanza democrática quizá se organice básicamente dentro de comunidades políticas nacionales. El estado nacional vive, si no del todo bien, y sigue siendo esencialmente la mejor alternativa. La búsqueda de gobernanza global es algo absurdo. Es improbable que los gobiernos nacionales cedan un control significativo a instituciones trasnacionales, y las reglas armonizadoras no beneficiarían a sociedades con necesidades y preferencias diversas. La Unión Europea puede ser la única excepción…; Cuando la cooperación internacional sí tiene "éxito", genera reglas que o son ineficaces o reflejan las preferencias sólo de los estados más poderosos; 3) Prosperidad pluralista. Reconocer que la infraestructura institucional medular de la economía global debe construirse a nivel nacional libera a los países para desarrollar las instituciones que más les convienen. Estados Unidos, Europa y Japón produjeron cantidades comparables de riqueza en el largo plazo. Sin embargo, sus mercados laborales, la gobernanza corporativa, las leyes antimonopólicas, la protección social y los sistemas financieros difieren considerablemente; 4) Los países tienen derecho a proteger sus propias regulaciones e instituciones. Los principios previos pueden parecer inocuos. Pero conllevan fuertes implicancias que chocan con la opinión general de los defensores de la globalización. Una de esas implicancias es el derecho de los países individuales a salvaguardar sus preferencias institucionales internas…; por lo tanto, deberíamos aceptar que los países puedan propugnar reglas nacionales –políticas fiscales, regulaciones financieras, normas laborales o leyes de salud y seguridad de los consumidores– y que puedan hacerlo levantando barreras en la frontera si fuera necesario, cuando el comercio ostensiblemente amenaza las prácticas domésticas; 5) Los países no tienen derecho a imponerles sus instituciones a los demás. Utilizar restricciones al comercio o a las finanzas transfronterizos para defender valores y regulaciones en casa es muy diferente de usarlas para imponer esos valores y regulaciones a otros países. Las reglas de la globalización no deberían obligar a estadunidenses o europeos a consumir bienes que son producidos con métodos que la mayoría de los ciudadanos en esos países consideran inaceptables; 6) Los acuerdos económicos internacionales deben establecer reglas para administrar la interacción entre instituciones nacionales…; Lo que necesitamos son reglas de tráfico para la economía global que ayuden a los vehículos de diferente tamaño, forma y velocidad a navegar uno junto al otro, en lugar de imponer un auto idéntico o un límite de velocidad uniforme. Deberíamos esforzarnos por alcanzar una máxima globalización que sea coherente con un espacio para la diversidad en los acuerdos institucionales nacionales; 7) Los países no democráticos no pueden contar con los mismos derechos y privilegios en el orden económico internacional que las democracias. Lo que les otorga atractivo y legitimidad a los principios previos es que se basan en una deliberación democrática –donde ésta realmente ocurre, al interior de los estados nacionales–.
Vale la pena que el lector interesado haga una inmersión en profundidad en los argumentos de Dani Rodrik, que es claro tienden a apoyar las construcción de una institucionalidad económica y política diversa con la cual construir una globalización no a rajatabla, sino al ritmo y modo que la maduración de las instituciones de cada nación vayan permitiéndolo.
Dicho esto, falta imaginar al menos algunas de las consecuencias de un reordenamiento mundial basado en esos sencillos principios. Es aquí que volveré a Strauss-Kahn y su alusión nada casual de los cisnes negros.
José Blanco
He estado utilizando los opuestos superficie y abisal o fondo de la crisis, para referirme a los hechos devastadores de la crisis que están a la vista, y a los análisis estructurales de largo plazo que saben mirar al topo escarbar debajo de la superficie, más allá de las voluntades de los actores económicos incluidos los buitres financieros que se han enriquecido aún más en medio del desastre, respectivamente.
Recojo una última cita de Strauss-Kahn (director-gerente del FMI), que permite ver claramente su percepción sobre el nivel de descalabro en que hoy se encuentra la economía mundial: “La economía se encuentra desequilibrada entre países y al interior de los países… Hay mucha incertidumbre y también hay numerosos cisnes negros nadando en el lago de la economía global. En general, la situación económica mundial es muy frágil y desigual, acosada por una gran incertidumbre”.
En las primeras semanas de este año fue publicado el libro The Globalization Paradox. Democracy and the future of the world economy, del brillante economista turco formado en Harvard, Dani Rodrik. En un ejercicio de imaginación monta la escena de 1944-1945, cuando en la ciudad de Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos e Inglaterra, y algunos invitados, crearon las instituciones que regirían el funcionamiento de la economía mundial: el FMI, y el Banco Mundial, con el dólar estadunidense como medio de pago internacional.
Rodrik propone siete "principios lógicos" para la gobernanza de hoy de la economía-mundo, de los que aquí me limito a enunciar casi sólo sus títulos: 1) Los mercados deben estar profundamente incorporados a los sistemas de gobernanza. La idea de que los mercados se autorregulan recibió un golpe mortal en la reciente crisis financiera y se la debería enterrar de una vez por todas. Los mercados requieren que otras instituciones sociales los respalden. Se basan en tribunales, marcos legales y reguladores para establecer e implementar reglas; 2) Para el futuro previsible, la gobernanza democrática quizá se organice básicamente dentro de comunidades políticas nacionales. El estado nacional vive, si no del todo bien, y sigue siendo esencialmente la mejor alternativa. La búsqueda de gobernanza global es algo absurdo. Es improbable que los gobiernos nacionales cedan un control significativo a instituciones trasnacionales, y las reglas armonizadoras no beneficiarían a sociedades con necesidades y preferencias diversas. La Unión Europea puede ser la única excepción…; Cuando la cooperación internacional sí tiene "éxito", genera reglas que o son ineficaces o reflejan las preferencias sólo de los estados más poderosos; 3) Prosperidad pluralista. Reconocer que la infraestructura institucional medular de la economía global debe construirse a nivel nacional libera a los países para desarrollar las instituciones que más les convienen. Estados Unidos, Europa y Japón produjeron cantidades comparables de riqueza en el largo plazo. Sin embargo, sus mercados laborales, la gobernanza corporativa, las leyes antimonopólicas, la protección social y los sistemas financieros difieren considerablemente; 4) Los países tienen derecho a proteger sus propias regulaciones e instituciones. Los principios previos pueden parecer inocuos. Pero conllevan fuertes implicancias que chocan con la opinión general de los defensores de la globalización. Una de esas implicancias es el derecho de los países individuales a salvaguardar sus preferencias institucionales internas…; por lo tanto, deberíamos aceptar que los países puedan propugnar reglas nacionales –políticas fiscales, regulaciones financieras, normas laborales o leyes de salud y seguridad de los consumidores– y que puedan hacerlo levantando barreras en la frontera si fuera necesario, cuando el comercio ostensiblemente amenaza las prácticas domésticas; 5) Los países no tienen derecho a imponerles sus instituciones a los demás. Utilizar restricciones al comercio o a las finanzas transfronterizos para defender valores y regulaciones en casa es muy diferente de usarlas para imponer esos valores y regulaciones a otros países. Las reglas de la globalización no deberían obligar a estadunidenses o europeos a consumir bienes que son producidos con métodos que la mayoría de los ciudadanos en esos países consideran inaceptables; 6) Los acuerdos económicos internacionales deben establecer reglas para administrar la interacción entre instituciones nacionales…; Lo que necesitamos son reglas de tráfico para la economía global que ayuden a los vehículos de diferente tamaño, forma y velocidad a navegar uno junto al otro, en lugar de imponer un auto idéntico o un límite de velocidad uniforme. Deberíamos esforzarnos por alcanzar una máxima globalización que sea coherente con un espacio para la diversidad en los acuerdos institucionales nacionales; 7) Los países no democráticos no pueden contar con los mismos derechos y privilegios en el orden económico internacional que las democracias. Lo que les otorga atractivo y legitimidad a los principios previos es que se basan en una deliberación democrática –donde ésta realmente ocurre, al interior de los estados nacionales–.
Vale la pena que el lector interesado haga una inmersión en profundidad en los argumentos de Dani Rodrik, que es claro tienden a apoyar las construcción de una institucionalidad económica y política diversa con la cual construir una globalización no a rajatabla, sino al ritmo y modo que la maduración de las instituciones de cada nación vayan permitiéndolo.
Dicho esto, falta imaginar al menos algunas de las consecuencias de un reordenamiento mundial basado en esos sencillos principios. Es aquí que volveré a Strauss-Kahn y su alusión nada casual de los cisnes negros.
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