Vistas de página en total

viernes, 10 de agosto de 2012

El fraude financiero de Madoff y la psicología del estafador




Un recluso llamado Madoff: confesiones desde la cárcel

Por Laura García. Editora de Finanzas & Mercados
Laura García Editora de Finanzas lgarcia@cronista.com

Una vez a la semana, Madoff hace la fila con el resto de los reclusos para entregar su lista de compras. No se pueden gastar más de 290 dólares mensuales pero una radio se consigue por 17,95 dólares y por 45 centavos todavía puede despuntar su vicio por la diet coke.

Pero en el correccional de Butner, en Carolina del Norte, la antigua vida del mayor estafador de la historia todavía encuentra la forma de colarse. Reunidos alrededor de una televisión muda (los prisioneros deben sintonizar la radio que transmite los programas y escucharla con audífonos), Madoff y un grupo de compañeros miran un reporte sobre la subasta de su famosa colección de relojes, más de 40 piezas que eran uno de sus mayores tesoros. Madoff se indigna. Se acaba de vender uno por 900 dólares. “¡Pero si a mí me dijeron que valía 200.000 dólares!”, grita y todos terminan descotillándose de la risa.

La anécdota es una de las tantas que revela el imperdible artículo que acaba de publicar la New York Magazine en EE.UU. y que revela a un Madoff que, tras las rejas, ya no cuida tanto las formas. Ni se muestra tan circunspecto. “¡Bernie, los agarraste por millones!”, lo felicita un recluso mientras miran un segmento de 60 minutes sobre su fraude monumental. “Millones no, miles de millones”, lo corrige un Madoff que se ufana sin escrúpulos.

¿Viene Obama?

En la prisión federal que lo hospeda, todavía recuerdan el día de su llegada. “Parecía que nos estaba por visitar el presidente”, rememoran en el correccional por el despliegue de helicópteros que podía escucharse del otro lado de los paredones.

Entre sus nuevos compañeros, Madoff hoy se ha convertido en un curioso objeto de fascinación. Casi un ídolo. “¡Hey Bernie!”, le gritan cada dos por tres. “¡Te vi en la televisión!”. Y él se limita a ofrecer una media sonrisa mientras barre el piso de la cafetería. Los pedidos de autógrafos son un clásico desde su llegada pero él siempre se niega. No quiere degradar su marca. Después de todo, sabe que en minutos estarían en E-Bay.

Claro que no todos son admiradores y cada tanto se generan tensiones. Cuentan que un día un presidiario lo increpó sobre el daño que le había ocasionado a sus víctimas. “Que se jodan mis víctimas. Las aguanté por 20 años y ahora estoy cumpliendo 150”, contestó como para asegurarse que todos lo oyeran. Aún hoy, muchos están convencidos de que Madoff guarda todo el dinero en algún lugar. “¿Dónde lo escondiste?”, cuenta que le preguntó K.C. White, un ladrón de bancos reconvertido en artista desde que está en prisión. “Se fue como el agua”, le reconoció a su incrédulo interlocutor Madoff, quien tuvo la inusual deferencia de autografiar el retrato que le hizo White y que dice en el cuello de su camisa “Me cago en mis víctimas”.

En la monótona convivencia de la prisión, Madoff ofreció más de una vez su propia versión de los hechos, bastante alejada de la puesta mediática que lo mostró en pleno juicio atormentado por las consecuencias de sus actos.

En una charla con un consultor de la prisión que lo asesoró sobre la vida tras las rejas, le confesó: “La gente seguía tirándome su dinero. Si un tipo venía a invertir y yo le decía que no, se enfurecía y decía ‘¿qué pasa, es que no soy lo suficientemente bueno para usted’?‘”.

El ex presidente del Nasdaq también ha mostrado un profundo desprecio por los agentes de la SEC, el organismo regulador de EE.UU. que le permitió –a fuerza de incompetencia– salirse con la suya frente a sus narices. “Vienen con un aire de Columbo y en realidad son unos idiotas”, comentó.

Mi amigo Muscles

Dicen que en la cafetería suele compartir sus comidas con un tipo apodado Muscles, conocido por su trastorno obsesivo-compulsivo. Le lleva media hora hacer su cama, algo que Madoff seguramente pueda entender bien, él mismo un meticuloso enfermizo que guardaba en su placard 25 trajes grises y 25 azules, todos iguales y numerados.

Pero Madoff parece, curiosamente, un hombre aliviado. Más de una vez le dijo a sus compañeros que hubiera preferido que lo descubrieran seis u ocho años antes. La ansiedad de mantener la mentira era devastadora. “Fue una auténtica pesadilla para mí”, asegura como si él fuera la verdadera víctima.

En Butner –una facilidad para los llamados “soft prisioners”–, Madoff recibe un par de suscripciones de diarios por correo. Según cuentan, le gusta tirarse en alguno de los bancos que hay en la terraza de concreto afuera de su unidad, recostado con su antebrazo sobre los ojos. Si no, lee novelas, que también encarga por correo y luego pasa a sus compañeros. Le gustan sobre todo los misterios criminales de John Grisham.

Para Madoff, la verdadera cárcel, quizás, haya sido la otra. Aunque claro, las víctimas están contentas con ésta.